El secreto de Carlos
A Carlos le gustaba cantar. De adolescente, lo cantaba todo, pero cantaba siempre a solas en su cuarto, procurando que nadie le escuchara. Era porque sus padres y sus hermanos, que no entendían nada de música, se reían de él.
–¡Eh, cantautor! –decían mientras tocaban a la puerta–. ¡A comer!
Se ponía tan colorado cuando abría la puerta de su cuarto y encontraba allí a sus familiares riéndose de él que decidió ocultar su talento. Y siguió cantando, pero solo cuando nadie lo oía, primero siempre con la guitarra y después ya sin ella.
Lo que más le gustaba era cantar ópera, pero no podía contárselo a nadie y lo hacía solo en su coche. Todas las mañanas, cuando iba a trabajar, escogía un compacto, seleccionaba las pistas que mejor sabía, y cantaba sobre la voz de un cantante al que no escuchaba, cantaba y se sentía feliz. Un día decidió grabarse y lo que oyó le impresionó. “¿Será posible que cante tan bien?” Pero no se atrevió a compartir su secreto con nadie. Ni siquiera con ella, primero su novia, luego su mujer, más tarde la madre de sus hijos. Cuando la conoció, le parecía tan hermosa, tan brillante, tan superior a él en todos los aspectos... “Seguro que me oye y se echa a reír”, pensaba. “No, a ella nunca se lo diré”, se juró a sí mismo.
–¿Qué cantas? –le preguntaba a menudo su mujer, al escucharle canturrear en el baño.
–Nada, tonterías –contestaba siempre, la besaba y cambiaba de conversación.
Hasta esta noche, este salón, este banquete de bodas de un amigo, en el que hay un micrófono, un equipo de sonido y mientras llega el grupo que va a tocar en el baile, varios amigos salen espontáneamente al escenario y empiezan a cantar para el regocijo de los invitados. El primero interpreta a Juanes, el segundo, a David Bisbal, la tercera imita a Shakira, todos fatal, y, sin embargo, ahí están, tan contentos. El novio está ofreciendo el micrófono al próximo valiente. Carlos vacila, pero no se atreve. Oye a sus amigos decir nombres, llamar a este o a aquel, a él no, a él nunca, porque él no canta, nadie sabe que canta, pero… “¡Ánimo! Tienes casi cuarenta años”, se dice a sí mismo, “si no es hoy, no será nunca”. Inesperadamente, su cuerpo decide levantarle de la silla.
–¡Yo voy a cantar!
Y cuando le ofrecen el micrófono, hace un gesto de rechazo con la mano.
–No, yo no necesito micrófono.
A partir de ese momento, nadie se atreve a sonreír siquiera. “Voy a cantar”, se repite otra vez, ahora en silencio, para sí mismo. Y canta. Cuando termina el brindis de La Traviata, se oye una ovación furiosa y todos se ponen de pie.
–¿Pero desde cuándo cantas tú tan bien? –le pregunta su mujer cuando logra reponerse de su asombro.
Carlos sonríe, niega con la cabeza y no sabe qué contestar.
Según el texto, el protagonista se muestra como una persona